—Las salas comunes del segundo y tercer piso, nadie las está usando— expresó Nandír con firmeza, a pesar de que el comentario escondía la decadencia lenta y dolorosa de su Orden —. Coloquen allí todo escombro, trozo de metal y artefacto que hayamos recuperado y salvaguardado.
—¿Es eso lo más sensato, Maestro?— Cárk dudó —. No estoy seguro de que la estructura del Castillo soporte el peso…
—Necesitamos clasificar y guardar todo esto en algún lugar, preferentemente donde ningún Alto Hechicero ni Archidruida pueda verlo a simple vista. No quiero darles motivos para conjeturar acerca de expulsar del Valle a nuestra Orden.
—Nandír, lamento decirte que tu compañero tiene razón— lo detuvo Qossalïma, una de las contadas Hechiceras que compartía hogar con los Etereantes —. Me pediste que evaluara el estado del Castillo y… no se está cayendo a pedazos de milagro.
La mujer había dedicado buena parte de su vida al estudio de la arquitectura y conocía cada método de construcción mágico y no mágico de todos los confines de Khäria. Incluso se había molestado en estudiar estilos de otros mundos.
Sin embargo, el Castillo Ancestral había sido erigido en un tiempo arcaico y antiguo, anterior a cualquier tipo de registro. Las tareas de mantenimiento se realizaban desde hacía siglos por aquellos pocos Invocadores que no querían ver el imponente bastión derrumbarse, pero nunca se había ejecutado un mantenimiento completo, total y funcional. Y Nandír necesitaba que Qossalïma lo hiciera.
—Cárk, encuentra la forma— ordenó el anciano Etereante —. Tiene que haber una solución rápida que no termine de destruir este lugar.
—Supongo que con Ïak podríamos excavar un complejo de túneles y cuevas en las montañas— sugirió rápidamente con su típica practicidad; ambos mellizos eran Etereantes del elemento Tierra, por lo que sería una tarea sencilla para ellos —. El problema es que llevará tiempo mover todo nuestro “botín”, pero no veo una mejor solución…
—Comienza cuanto antes con el sistema de túneles y luego pondremos a cada Etereante y voluntario a reubicar el inventario.
—A la orden, Maestro— afirmó Cárk, y luego salió a toda velocidad por el portón principal.
Nandír estaba satisfecho por la astucia de su seguidor, aunque en realidad lo que necesitaba era deshacerse de Cárk para hablar a solas con Qossalïma.
La Hechicera había montado una base de operaciones en el vasto hall de entrada del Castillo, a pedido del Maestro de los Etereantes . Entre escombros importados y trozos de muralla exhibidos como si fueran lujosas estatuas, había una amplia mesa con aparejos y artefactos de medición.
—¿Y bien?— comenzó Nandír —. Se está cayendo a pedazos. ¿Podrías elaborar?
—No hay forma de adornarlo: ésa es la realidad. Si tengo que ser honesta, la verdad es que después de estudiar la arquitectura de Jharferún, este lugar me parece una basura— confesó la mujer.
—Ya lo sé— la interrumpió sin perder la paciencia —. Ya sé que el estado del Castillo es pésimo, no es eso en lo que necesito que elabores. Te he pedido ayuda para revertir esa situación. Es tu hogar tanto como el mío.
—Sí… no iba a serlo por mucho tiempo— admitió Qossalïma —. No me mires así, ¿realmente esperas que alguien como yo pueda soportar vivir en esto? No puedo mirar ningún rincón porque cada grieta, cada puerta rechinante, cada viga a punto de quebrarse me recuerdan de lo desastroso de este Castillo. A decir verdad, sólo acepté ayudarte porque me propusiste replicar la integridad estructural jharferüni.
—¿Y entonces?
—Estamos un poco ansiosos, ¿verdad?— se burló la Hechicera —. De acuerdo, he revisado el Castillo de arriba abajo y el problema no es del todo estructural. La arquitectura es sólida, pero está muy desgastada. Los materiales se están haciendo polvo y a cada disputa, pelea interna o ataque externo, la situación ha ido empeorando. El edificio entero se mantiene en pie gracias a infinitos encantamientos aplicados por mis predecesores. Como bien sabes, un encantamiento mal hecho no dura para siempre y se desvanece con el tiempo, a menos que alguien lo renueve.
—Y me imagino que renovarlos no es una opción.
—Exacto. Son demasiados y cada uno es distinto del otro. Ni siquiera sabría decirte cuál fue ejecutado por qué Hechicero. Y, por supuesto, ninguno llevó un mísero registro de qué hacían en el Castillo– puso los ojos en blanco en una clara expresión de desprecio y disgusto –. Realmente, los constructores previos han sido de la peor calaña.
—¿Y qué propones?
—Bueno… para empezar, la potencia de los muros de Jharferún radica no sólo en su estructura, sino en los materiales con que estaban construidos.
—Roca de Akirïta y acero nordürio— corroboró Nandír.
—Exacto, ambos sumamente resistentes a embates físicos y altamente repelentes de cualquier hechizo. Sin embargo, no son inmunes a encantamientos… realmente los constructores jharferüni eran brillantes— hablaba con una admiración poco común, pues usualmente referirse a los nordüri de Jharferún se hacía con desdén o terror —. Es realmente fascinante, encantar un material que ya de por sí provee inmunidad a la magia… Se requiere de un manejo del arte del encantamiento sumamente avanzado. Pero no todo termina allí: he descubierto que la totalidad de la muralla estaba infundida con un mismo meta-encantamiento, simples encantamientos que se conectaban unos con otros, como los eslabones de una malla. Y eso es lo que necesitamos aquí, en cada bloque, ladrillo, columna y viga del Castillo.
–¿Pero…?
—No es tan sencillo— admitió Qossalïma, saliendo de su ensimismamiento y admiración —. Como te dije, aquí tenemos miles de encantamientos distintos… Supongo que podría desencantarlos uno a uno, poco a poco para que no se venga abajo la estructura del Castillo.
La mujer hizo silencio mientras miraba a su alrededor y contemplaba sus notas. Nandír seguía sin perder la paciencia, pero quería que la Hechicera fuera al grano.
—Qoss… necesito que me digas cuál es el problema, o que me des una respuesta con soluciones…
—Nandír, seamos realistas. ¿Tienes idea del tiempo que me puede llevar hacer semejante trabajo? No me malinterpretes, me encantaría arreglar el Castillo y dejar instrucciones para que mi trabajo perdure. Pero no quiero dedicar toda mi vida sólo a esto, ¿me entiendes?
—Tendrás toda la ayuda que necesites. De eso me encargaré yo.
—Ayuda, ¿de quién?— bufó ella con incredulidad —. Los demás Hechiceros que viven en el Castillo no tienen idea de cómo ayudarme en esto. La mayoría son Hechiceros de Combate, bajo las órdenes de Tädna, y todos fueron a la guerra contigo. ¿Realmente crees que tengan intención de imitar a los enemigos que acaban de destruir?— Qossalïma no se detuvo a esperar respuesta esta vez —. Supongamos que sí, que están dispuestos a ayudar. ¿Qué saben ellos de encantamientos? Ni siquiera aprenden lo mínimo y necesario para infundir sus armaduras.
—De la ayuda que tengas me encargaré yo— insistió Nandír, esta vez con más firmeza —. Tú sólo tienes que preocuparte por poner en marcha el trabajo.
—Tú… está bien, confío en tu palabra— aceptó la Hechicera, bajando los hombros —. Aun así, necesitaré tiempo, mucho tiempo.
—Todo el que sea necesario. Lo que te necesites, lo tendrás— prometió el Etereante.
—Mira Nandír, si no te conociera, ya habría rechazado el trabajo. Pero, ¿por qué tanta insistencia en esto? ¿No sería mejor dejar que el Castillo cumpla su ciclo? Sólo reforzaríamos los recintos que contienen algo de valor, como la biblioteca y el Planarium. Podríamos convertir este lugar en un complejo de edificios en vez de una sola y monumental fortaleza.
—El Castillo Ancestral es el único símbolo de poder de los Etereantes en todo el Valle de los Invocadores— explicó Nandír—. Es el único vestigio de lo que alguna vez significó la Orden… y esta región está repleta de cientos de cínicos que disfrutan de la ironía de ver caerse a pedazos el Castillo. De verlo convertirse poco a poco en una ruina todavía en pie. No hace mucho tiempo, ser Maestro de los Magos significaba ser la máxima autoridad en el Valle— Nandír tomó un trozo de metal nordürio abollado y cubierto de hollín y polvo, y se lo tendió a la Hechicera —. No seré yo el Maestro que vea este lugar convertido en esto.
El Etereante dejó a la mujer con sus preparaciones y se alejó lentamente, sumido en sus pensamientos. A decir verdad, no le tenía miedo a los Altos Hechiceros, Archidruidas y otras figuras de autoridad y poder de entre los Invocadores. Había luchado la guerra contra la extinción puertas afuera; ahora le tocaba luchar puertas adentro.
Créditos de la imagen a jameswolf en Deviantart – https://www.deviantart.com/jameswolf/art/forgotten-castle-ruins-S-594523460