Ir al contenido

HdlA Shorts: Punto sin Retorno

castle_siege_by_maxprodanov

Los libros hablan del fin de los asedios como momentos gloriosos, amaneceres en donde los victoriosos ondean sus estandartes con orgullo y honor.

Nada puede estar más alejado de la realidad. Al finalizar un asedio, los cielos permanecen cubiertos por una bóveda gris durante días, producto de una mezcla de humo y una polvareda que se rehúsa a asentarse.

Lo que abunda no es gloria sino barro. Mucho barro, pantanoso, viscoso y abundante, con un pungente olor a la sangre que lo formó.

Y ningún libro habla de las hordas de saqueadores y chatarreros que invaden los campos de batalla en busca de alguna baratija, luego de que los vencedores ya hayan reclamado su botín.

El problema de este asedio en particular era que los mismos vencedores se habían convertido en los saqueadores y chatarreros, lo cual hacía fruncir el ceño del Alto Hechicero Kraìn Drenavár, una de las figuras más importantes de la Orden de los Hechiceros de Khäria. 

Kraìn había estado en otras batallas anteriormente, sí, pero nunca le había costado tanto sortear las ruinas de una ciudad asediada. Ciertamente, había escombros de escombros, al punto que buena parte del asentamiento era un mar de ruinas irreconocible.

La noticia de que los Etereantes y la Coalición de Invocadores habían logrado hacer una brecha en las impenetrables murallas de leyenda de Jharferún había viajado por todo el mundo en un abrir y cerrar de ojos. Luego de más de treinta años de expansionismo incontrolable, los bestiales nordüri habían sido destruidos, acorralados en su principal bastión y capital de su imperio.

Pero el asedio había terminado hacía semanas, y Kraìn necesitaba al Maestro de los Etereantes. Por qué la Coalición seguía escarbando las ruinas, era un misterio para muchos. Pero no para el Alto Hechicero: no era un secreto que los Etereantes estaban en extinción, por lo que necesitaban lo que fuera para mantener en pie su derruida base de operaciones.

Unos ruidos cercanos hicieron levantar la vista a Kraìn y su comitiva. Entre los laberínticos escombros, uno de los Etereantes se asomó cargando un saco polvoriento, lleno de esquirlas y barrotes de un metal oscuro.

—Saludos… ¿Cárk, verdad?— preguntó cuando creyó reconocerlo.

—Ïak— negó el hombre con la cabeza —. Él es Cárk— añadió ahora señalando a un individuo idéntico a él que estaba unos pasos por detrás. Ambos tenían un aspecto igual de espantoso, no sólo por sus rasgos faciales y su cobrizo cabello, sino por su semblante agotado y consumido; tal parecía que no habían comido bien ni habían dormido en días. Sin mencionar las costras de mugre y polvo en su piel y ropajes.

—¿Qué quieres?— preguntó secamente el segundo gemelo al cruzar la vista con Kraìn.

—Cárk, ¿por qué esa agresividad?— contestó el Hechicero con una voz forzadamente amigable —. ¿No puedo estar simplemente preocupado por mis colegas?

—Y una mierda— soltó el Etereante —. En todo el maldito asedio no te dignaste a mostrar el rostro ni una sola vez. ¿Y ahora vienes diciendo que estás preocupado? ¿Por qué no te vas a la mierda, Kraìn?

—¡Cárk! Es suficiente— dijo una voz a sus espaldas, justo cuando el hombre dejaba violentamente sus bultos en el piso para avanzar hacia el Hechicero.

—Sí, Cárk, es suficiente— hizo eco Kraìn con una mueca desagradable de desaprobación —. Nandír, qué oportuno, a ti te estaba buscando.

Ïak ayudó a su gemelo a levantar sus cosas y se retiraron, no sin antes dejar en el contingente de Hechiceros una mirada cargada de desprecio.

—Espero que puedas perdonar a Cárk— comentó Nandír, Maestro de los Etereantes Arcanos, sacudiendo la tierra de sus manos —. Esta guerra no cesa de pesarle sobre los hombros.

—A todos, Nandír, a todos.

—Dices que me buscas, Kraìn. ¿En qué puedo ayudarte?

—Al contrario, soy yo quien ha venido a ayudar— respondió el aludido, señalando con un gesto de su mano a la comitiva que lo seguía —. Hemos traído todo tipo de provisiones para ti y tus compañeros; señala el camino y llevarán los suministros a tu base de operaciones.

Nandír arqueó las cejas e hizo un gesto de incredulidad, poco convencido de las intenciones de los Hechiceros, pero aún así trepó un pilar de escombros con una agilidad y simpleza inusual para alguien de su edad.

—Puede que la guerra haya terminado, pero aún hay mucho por hacer— continuó Kraìn, mientras el Etereante señalaba el camino hacia su campamento —. Los nordüri de Jharferún han sido derrotados, sí, pero los ejércitos de su Imperio eran vastos y poderosos. Cientos de caudillos asolan las naciones de Khäria, incluso aquellas en donde el Imperio no había hincado sus garras.

—Sin la capital, es sólo cuestión de tiempo que dejen de ser un problema mayor— expresó Nandír sin preocupación —. Poco a poco, nos encargaremos de ellos.

—Aún así, se requerirá un gran esfuerzo. La guerra está lejos de haber terminado y…

—Kraìn, por lo general no apruebo que mis aprendices y compañeros sean irrespetuosos y vulgares— interrumpió el Etereante, contrastando con lo que acababa de decir —, pero Cárk tiene razón: nunca te importó la guerra contra Jharferún. Sólo te interesaste a medias cuando tuvimos que matar a tu esposa luego de que nos traicionara y se uniera a los Jerarcas, casi destruyéndonos a todos… incluido a ti— Kraìn apretó las manos ante la dura verdad, y Nandír pudo notar su tensión —. Así que, por favor, basta de rodeos: dime qué quieres.

El Alto Hechicero desvió la mirada un instante e hizo una mueca, cambiando rápidamente su semblante. Parecía que una máscara se había esfumado con el viento y ahora mostraba su verdadero rostro.

—Tú ya sabes a qué he venido— dijo cambiando a un tono de voz que sonaba menos forzado y más natural, pero mucho más cortante. El político y diplómata se había retirado, dejando paso al genuino Kraìn Drenavár.

—Entonces ya sabes mi respuesta— contestó el Eteraente con tranquilidad, a punto de dar por cerrada la conversación.

—¡Oh, Nandír, por favor! Si había un momento para impulsar las leyes por los Derechos de los Invocadores, es éste. Es ahora. Esta guerra, tú y la Coalición, han demostrado la necesidad de que seamos aceptados por las sociedades— exclamó Kraìn con fiereza —. Los reinos y naciones necesitan hacer a un lado sus patéticos temores en torno a la magia, heredados del pasado, y ver en nosotros un instrumento para el cambio y el progreso.

—¿Y para qué me necesitas a mí? Tú ya has llevado la maegocracia a incontables ciudades— bufó Nandír —. Lo que sea que quieras hacer, puedes hacerlo sin mí.

—Contigo apoyando mis proyectos, podremos avanzar hacia un futuro mejor, juntos. ¡Tal y como has logrado con la Coalición!

—Lamento poner un freno a tu discurso perfecto, pero, Kraìn, aunque no lo creas, he leído tus propuestas y he escuchado tus ideas— hablaba mientras empujaba unos escombros y rebuscaba entre la grava; se había puesto manos a la obra una vez más —. Supongamos que logras instaurar un decreto universal para los Derechos de los Invocadores en Khäria. ¿Y luego? ¿Qué sigue? ¿Otros mundos como Shadár o Aivén? 

—Por supuesto, mientras más amplio sea el alcance de nuestras libertades, mejor. Nandír, ¿no entiendes que ésta es la mejor oportunidad que tienes para reconstruir la Orden de los Etereantes? Antes eran cientos, hoy no son más que un poco más de veinte, ¿verdad?

—Claro, sólo que no es ése el objetivo real, ¿no? Porque lo que realmente sigue es implementar un gobierno maegocrático o consejos de Hechiceros en cada reino, Imperio o corte que no acepte la maegocracia directa. Y sí, dije “Hechiceros”; sé perfectamente que siempre te refieres a tu Orden y no a los Invocadores en general —sonrió falsamente Nandír, con cierta autosuficiencia poco usual en él—. Y eso es sólo el comienzo: luego vendría la presencia de Hechiceros en los ejércitos, eventualmente en las tesorerías, y por qué no en las rutas de comercio, hasta que lo controles todo. Es el planteo de los Jerarcas, pero sin una gota de sangre de por medio. Lo cual tiene su mérito, pero no esperes que apoye semejante delirio de grandeza, y menos cuando supone la extinción definitiva de mi hermandad.

Kraìn soltó un largo y profundo suspiro.

—La herida que te han dejado los Jerarcas es profunda y reciente, lo entiendo, pero te ciega. Tan sólo mírate: moviendo los restos de los restos para encontrar, ¿qué? El castillo que llamas hogar se cae a pedazos día a día. No hay hechizo que lo mantenga en pie por mucho más tiempo, y dudo seriamente que aquí puedas rescatar material que te sea realmente útil. Aunque no lo quieras admitir, tú y tu Orden necesitan esto.

—Kraìn, con todo respeto, puedes irte a donde Cárk te pidió— dijo tajantemente Nandír.

El Hechicero volvió a suspirar, dio media vuelta y comenzó a retirarse. A mitad de camino se frenó en seco y volteó nuevamente.

—Algún día te darás cuenta que tengo razón, viejo amigo— y emprendió su retirada una vez más.

—Qué tipo insoportable, siempre queriendo tener la última palabra— dijo Ïak cuando Kraìn se hubo retirado, apareciendo desde detrás de un montículo humeante de piedras y carbón.

—Que se la quede— opinó Nandír, inmutable —. A él le sirve más que a mí.

—¿Y si esa basura tiene razón?— preguntó ahora Cárk.

—No se trata de tener razón o estar equivocado, sino de evitar que un episodio como el de los Jerarcas vuelva a ocurrir. La Magia es una herramienta maravillosa, sí, pero también es un arma, y muy peligrosa por cierto— hizo una pausa para agacharse junto a lo que parecían los restos de un ventanal —. Nuestra misión como Etereantes es proteger y restaurar. Ya protegimos; nos toca restaurar, y queda mucho trabajo por hacer… y aún tenemos que encontrar a Chärsian.


Créditos de la imagen a maxprodanov en Deviantarthttps://www.deviantart.com/maxprodanov/art/Castle-Siege-712488687

Etiquetas:
Traducir página »