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Vocero de las Sombras

No eran su convicción y su inflexibilidad los únicos atributos que habían convertido a Barkran en el Jerarca Supremo. Sí, era cierto que era un hombre fuerte y decidido, jamás demostraba debilidad, y tenía un manto de autoridad que había labrado con el correr de los años.

Pero había algo más que le otorgaba el liderazgo a él y a nadie más que a él: la magia. Barkran era un invocador innato; tenía una afinidad mágica envidiable, y había hecho todo lo posible por refinar y refinar esa afinidad.

Y desde que se había convertido en etereante, había entrenado día y noche para convertirse en un maestro del arma insignia de la orden: los khori. Pocos de sus hermanos podían jactarse de poseer la misma habilidad. Algo que Sadhalir, un miembro veterano de la orden, estaba dolorosamente comprobando.

Los poderes de viento y relámpagos de Barkran colisionaban con la magia de agua y hielo de Sadhalir, quien manejaba su elemento cual artista. El Jerarca no había subestimado a su oponente a pesar de su edad, pero poco a poco estaba sobreponiéndose sobre él.

Los proyectiles de cristal que lanzaba Sadhalir estallaban en miles de esquirlas al colisionar con las serpenteantes centellas invocadas por Barkran. Olas de agua se veían atrapadas en remolinos, al tiempo que las armas de ambos etereantes chocaban acometida tras acometida. 

Sin embargo, el Jerarca sabía que debía poner fin pronto a su combate si quería triunfar en su misión.

—¿Estás seguro que quieres hacer esto, Barkran?— preguntó Sadhalir, tomando distancia para recuperar su aliento.

—¿Vas a aceptar mi invitación de unirte a mí y los Jerarcas?— ya sabía la respuesta; sólo le estaba extendiendo una formalidad.

—Sabes perfectamente que…

—Entonces deja de perder mi tiempo— interrumpió Barkran. Veía a través de la astucia de Sadhalir. Su contrincante quería alargar el enfrentamiento para que sus aliados acudieran en su ayuda,

El combate entre ambos etereantes no era precisamente discreto, por lo que era sólo cuestión de que alguien asistiera a Sadhalir.

Y Barkran sólo tenía unos breves instantes para que su asalto a ese campamento de la Coalición de Invocadores rindiera frutos.

Era su única esperanza de que los norduri de Jarferun aceptaran su propuesta de alianza.

A pesar de que había logrado dominar Ulterian y se las había ofrecido como regalo, no había sido suficiente para entablar la amistad que Barkran quería y necesitaba. 

Los jarferunir habían aceptado la invitación de concilio en el corazón de Ulterian, con tal curiosidad que hasta su mismísima Matriarca había acudido. Los Jerarcas habían puesto a trabajar incansablemente a los ulteriani para recibir a la líder espiritual de Jarferún con el máximo de los honores y agasajos.

Ningún fundamentalista de la guerra podía intentar ninguna estupidez, por lo que los Jerarcas habían mantenido un control policíaco de hierro sobre la población de la ciudad. No había sido excesivamente complicado; a la larga, a los ulteriani no les importaba bajo qué bandera luchaban. Sólo querían sobrevivir y defender su hogar, por lo que verse protegidos por los norduri y los Jerarcas parecía un buen augurio.

Pero la Matriarca se había visto impresionada.

—El mero hecho de que tengamos enemigos en común no nos hace aliados. La frase “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” es una mentira— había sido su respuesta rotunda ante la propuesta de Barkran, llena de promesas de gloria, fortaleza, y de un futuro maravilloso para Jarferun y los Jerarcas.

Sus palabras habían sido como dagas de hielo en el estómago del Jerarca supremo.

Algunos de sus consejeros se habían visto interesados en la alianza, pero para empeorar las cosas, el Vocero de la Luz, uno de los consejeros más influyentes tanto en Jarferun como en el oído mismo de la Matriarca, estaba reacio a aceptar semejante amistad.

—Barkran, eres un hombre ambicioso y poderoso, cualidades que admiro y aplaudo, pues también yo soy así— había comenzado su discurso el Vocero—. Pero como yo también soy así, comprendo que detrás de esta propuesta de alianza hay intenciones ocultas que los Jerarcas no dejan entrever. Evidentemente nuestra amistad beneficiaría más a Barkran que a Jarferun, Matriarca, por lo que debemos ser cautelosos. Lo que hoy parece un dulce regalo, mañana bien podría ser un fruto podrido.

—Matriarca, Voceros, es verdad que su amistad sería para nosotros un beneficio incalculable— había insistido Barkran —. Pero podrán ver que para Jarferun esto también es altamente valioso. Ulterian es sólo el comienzo; de hecho, en el sur, algunos de mis agentes más capaces han comenzado a influir en el Imperio de Elfendar. Tras años de tensión en sus fronteras, finalmente ha logrado sobreponerse sobre sus vecinos. Me consta que los norduri quieren construir un hogar estable y duradero, y tal como en Elfendar, nosotros podemos ayudar a cumplir sus objetivos.

—Jarferun ya ha logrado quebrar la prisión de sus fronteras ancestrales— el Vocero de la Luz no se había inmutado por las palabras de Barkran —. No necesitamos antes a los Jerarcas, y no los necesitaremos después. Si rechazamos la propuesta, ¿qué harán? ¿Se convertirán en nuestros enemigos? No creo que Ulterian pueda darse el lujo de antagonizar a Jarferun, la Coalición y el Protectorado a la vez. Vámonos, Matriarca, ya no podemos perder más el tiempo aquí. Si el Vocero de las Sombras estuviera con nosotros, estaría de acuerdo conmigo.

—Pero el Vocero de las Sombras no está con nosotros, lo tiene la Coalición— había respondido la Matriarca, despertando el interés de Barkran—. Y debemos tomar una decisión.

—Una semana— había pedido el Jerarca Supremo repentinamente—. Les imploro que consideren mi propuesta y me den la respuesta definitiva dentro de una semana. Es todo el tiempo que les pido para demostrar la valía de mi hermandad y la justicia de nuestra visión.

Había sido un pedido desesperado pero, sin Jarferun, los Jerarcas no tendrían el suficiente apoyo y poder como para hacerle frente a la Coalición de Invocadores. El Vocero de la Luz tenía razón a medias: el Protectorado de Actubrion era un enemigo formidable, sí, pero Barkran sabía que los etereantes, viridimantes y hechiceros de Kharia eran el verdadero problema.

Conservadores y sin visión, harían todo lo posible por ponerle fin al sueño de los Jerarcas.

Y eso era inaceptable.

Necesitaba a los norduri, y ellos lo necesitaban a él, a pesar de que no quisieran verlo. Durante siglos, Jarferun había estado aislada en el lejano norte de Kharia, excluida por las demás naciones por el sólo hecho de ser una ciudad norduria. La última ciudad norduria, de hecho, pues el planeta natal de su raza se había perdido milenios atrás.

Bakran se compadecía de ellos, y veía en su lucha la misma lucha que él libraba internamente. La lucha de matar o morir, de caminar la delgada línea de sobreponerse ante los demás, o desaparecer para siempre.

La clave para ganar la amistad de Jarferun y caminar esa línea juntos estaba en recuperar al Vocero de las Sombras de las garras de la Coalición, y llevárselo a la Matriarca en el transcurso de una semana.

Era una oportunidad perfecta para afianzar el vínculo que deseaba, pero a la vez, era una misión suicida. No sólo tenía que infiltrarse en el corazón de uno de los campamentos de la Coalición, sino que el carcelero del Vocero no era otro que Sadhalir, un etereante que había sobrevivido incontables batallas. Su equipo táctico de invocadores estaba tan curtido como él, y Barkran no podría enfrentarlos a todos.

Había llegado el momento de ponerle fin al combate.

—No sé qué pretendes, Barkran, pero no vas a lograrlo.

Su enemigo jadeaba, pero no daba señales de agotamiento. Pero el Jerarca Supremo contaba con más que sólo armas y magia de aire. El mismísimo Etéreo del Resplandor, Anda, lo había bendecido en su misión.

Barkran había escuchado su voz en repetidas ocasiones, y se había entregado a la entidad, pero no había sido hasta que ganó su título de Luz antes del Amanecer que había comprobado que era el elegido de Anda.

Y era el momento de demostrarlo.

Barkran cargó hacia Sadhalir con la confianza propia de quien se sabe protegido por una fuerza divina. Con su corazón y su espíritu invocó a Anda y sintió el poder del resplandor fluir por todo su cuerpo.

La luz fue tal que los ojos de Sadhalir fueron cegados al instante, y su pecho fue atravesado por los khori de Barkran. Con un barrido certero, el Jerarca abrió dos grandes cortes en el torso de su enemigo, partiendo sus costillas y exponiendo sus pulmones al exterior y a un torrente de sangre imparable.

El campamento estaba sumido en gritos de alarma y movimiento de soldados, pero Barkran tenía la oportunidad que necesitaba.

Corrió a la celda donde el Vocero de las Sombras estaba encerrado, débilmente postrado en un camastro derruido y maltrecho, como si fuese menos que un animal.

—¿Puedes ponerte en pie?— preguntó Barkran tras abrir cuidadosamente las rejas. En una situación normal las hubiera destrozado, pero podía sentir que estaban hechas de un metal que cancelaba la magia; el Vocero debía ser verdaderamente poderoso.

—Eso creo…— respondió el nordurio con dificultad—. Esta vil jaula, me consume— jadeó.

El Jerarca podía sentirlo también. No era sólo el metal, pues también podía percibir los encantamientos que debilitaban sus propios poderes mágicos.

Aún así, era lo suficientemente fuerte como para ayudar al Vocero a salir de su prisión.

—Seguramente también te alimentaban con hongos u otras sustancias anuladoras— razonó Barkran —. Pero no por mucho más. Tendrás que dar tu máximo esfuerzo si queremos salir de aquí.

—¿Quién… quién eres?

—Yo soy el Jerarca Supremo. Y tú eres la llave del futuro que tú y yo soñamos.

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