Desde que los Rashanir tienen memoria, la oposición entre magia y hombre común ha estado allí para abrir una brecha imposible de sellar.
Con el correr de los años, el abismo se ha vuelto progresivamente más inmenso. Cada puente que se ha tendido se ha caído a pedazos sin dejar más rastro que una ruina lastimosa, testimonio de un patético intento por combatir lo inevitable.
Guerra tras guerra, disputa tras disputa, la magia sólo ha servido para oprimir al débil o para sumir los mundos en el caos total… o ambos.
Pero ninguno de los conflictos más recientes ha sido tan sangriento y nefasto como el surgir del Tribunal de los Jerarcas.
El sanguinario paso de este grupo de invocadores tuvo una impronta sangrienta en sus comienzos, algo que marcó para siempre su accionar y su destino.
Todo se remonta a un amanecer al menos una década atrás, al comienzo de un día que cambiaría el curso de una guerra masiva que ya llevaba a su vez una decena de años.
Esa madrugada, en plena clandestinidad, un grupo de diversos practicantes de la magia se reunió para convertirse en los mayores dementes de la historia contemporánea; aunque, a sus ojos, ellos no eran otra cosa que visionarios.
Y, realmente, sí que tenían una visión.
—Patético— se quejaba uno de los allí presentes—, es patético tener que reunirnos en esta ruina asquerosa.
—¿Dónde prefieres? El Valle de los Invocadores no es una opción— le respondió una mujer con tono agresivo—. Deja de quejarte por estupideces, o aún mejor, vete. Necesitamos gente con convicción, no niños llorones.
—¿Por qué no repites eso? Vamos, dilo de nuevo.
—¡Señores! Basta ya.
—Lo lamento, Barkran. Pero es que, realmente, detesto verme forzado a tener esta conversación aquí.
—Y tienes razón, amigo mío. Yo pienso exactamente igual. Pero, mira el lado positivo: cuando triunfemos, todo esto será nuestro— dijo el hombre al que habían llamado Barkran, señalando con un gesto de su mano la ciudad que se extendía a través del ventanal derruido y sostenido apenas por unas vigas podridas y una vegetación que quería reclamar el edificio para la naturaleza —. Nuestra causa es justa, nuestra determinación, inquebrantable. Para detenernos, tendrán que acabar con nosotros.
—¿Es necesario derramar sangre?— preguntó una cuarta voz; ante su pregunta, Barkran hizo una mueca de desaprobación.
Y, para su disgusto, había otros allí reunidos que asentían con la cabeza y compartían comentarios en voz baja.
—Innul, ¿por qué no me sorprende tu falta de compromiso?— se burló Barkran.
—No se trata de falta de compromiso; yo estoy tan comprometido con la causa como cualquiera de ustedes. Pero si nuestro objetivo es traer orden, si queremos demostrar que los Invocadores podemos y debemos ocupar un asiento en el gobierno de reinos e imperios, ¿es la violencia directa nuestra mejor herramienta?— propuso Innul.
—Sí, lo es— respondió tajantemente Barkran—. ¿Cuántos de nosotros hemos sido perseguidos por el sólo hecho de ser practicantes de la magia? Somos escupidos e insultados, cuando somos nosotros los que blandimos el verdadero poder, ¡somos nosotros los únicos realmente capacitados para guiar y gobernar!
Ahora los gestos de aprobación concordaron con Barkran en vez de Innul. Sin embargo, el hombre no se veía convencido.
—Nunca hablamos de gobernar. Nuestro objetivo…
—Acaba de cambiar— interrumpio Barkran —. Tenemos un derecho divino. No ganaremos nada si nos acercamos como consejeros. Tú, más que nadie, sabes que el momento de negociar ya terminó. ¿No te bastó con los insultos que recibiste en Ulterian? ¿No te bastó cuando en la última reunión del Protectorado de Actubrion te echaron a patadas cuando propusiste que el consejo de gobierno estuviese formado completamente por invocadores?
Barkran volvió a señalar por la ventana. Innul miró la ciudad que se extendía bajo el manto de la noche. A pesar de que Actubrion hacía generaciones que admitía un practicante de la magia en su consejo de gobierno, aún se mantenía reacia a admitir que todos sus miembros fuesen invocadores. Viejas costumbres arraigadas, un status quo incomprensible y arcaico que ellos buscaban cambiar.
—No… no lo sé, Barkran, Innul tal vez tenga razón— dijo una voz tímida y atemorizada por primera vez —. No creo que nos vean con buenos ojos si actuamos con agresión.
—No queremos que nos vean con buenos ojos. Queremos que se inclinen ante nosotros.
—¿Y cómo piensas lograr semejante proeza? Por si no lo notaste, nos superan en número— desafió Innul.
—La respuesta es muy sencilla. Buscaremos un aliado que ya tenga invocadores en su gobierno. Un aliado que pueda comprender inmediatamente nuestros objetivos. Un aliado que ya esté en guerra con Actubrion y nuestro aporte le signifique una gran ventaja competitiva.
—¿Los norduri? ¿Acaso estás loco?— exclamó Innul, perdiendo su templanza.
Barkran sonrió con cierta malicia.
—Querías un cambio, Innul. Éste es ese cambio.
—No, estás tergiversando todos y cada uno de los principios por los que hemos luchado. Los norduri se expanden desde Jarferun arrasando y conquistando todo a su paso. Si queremos congraciarnos con Actubrion y el resto de los invocadores, tenemos que ayudarlos a terminar con la expansión de Jarferun de una buena vez, no impulsarla.
—No estoy de acuerdo. Los norduri representan un nuevo poder y un nuevo capítulo en la historia de nuestro mundo. La oportunidad perfecta para purgar Kharia y comenzar desde cero. Ellos apoyan y promulgan el gobierno de la magia. ¿Para qué resistir y combatir a aquellos que ya piensan como nosotros?
—Porque así como tú nos recordaste que todos hemos sido perseguidos por ser invocadores, también es cierto que todos hemos perdido a alguien ante los norduri. Dejate de proponer disparates y volvamos a discutir nuestras verdaderas alternativas.
—No me des órdenes— dijo fríamente Barkran esta vez.
—¿Disculpa? Por la magia… creo que tenemos que cancelar esta reunión— propuso Innul, llevándose una mano a la frente y restregándose los ojos —. Así no llegaremos a nada. Cuando estemos seguros de que podemos discutir sin hablar como bestias incivilizadas, podremos continuar.
Aquellos que habían asistido a la secreta reunión asintieron en silencio y poco a poco comenzaron a ponerse de pie, murmurando entre ellos. Hasta que alguien ahogó un grito y todos voltearon para ver la conmoción.
Un cuerpo cayó al piso sin vida, desangrándose rápidamente. Uno de los invocadores iluminó el derruido recinto, y entonces todos comprendieron la escena. Innul yacía inerte, empapándose en su propia sangre, mientras Barkran limpiaba un puñal en los ropajes del cadáver.
—¡Traidor!— exclamaron algunas voces, pero Barkran contestó con una mueca de desaprobación y frustración.
—¿Pueden, por un segundo, dejar de ser un atado de inútiles?— preguntó, sin ira en su voz; más bien, sonaba cansado de tener que lidiar siempre con lo mismo.
—No, Barkran, has ido demasiado lejos— sentenció uno de los invocadores, poniéndose en guardia.
Otros lo imitaron, adoptando diversas posturas de combate de acuerdo a sus escuelas de entrenamiento. Comprobó con agrado que no había otros etereantes como él oponiéndose a sus acciones; si sus hermanos en magia lo apoyaban, no tenía por qué temer a un par de hechiceros y viridimantes.
Barkran observó la situación antes de actuar; algunos de sus oponentes ya habían comenzado a preparar sus hechizos, dispuestos a abatirlo. Su rostro se iluminó con el brillo de cada una de las invocaciones que se manifestaban amenazadoramente ante él.
Sus enemigos comenzaron su ataque, y Barkran adoptó una postura defensiva.
Pero no fue necesario defenderse realmente.
A sus espaldas, una luz cegadora desvió los hechizos de sus oponentes y protegió a Barkran.
Aún era de noche, pero el resplandor fue tal que parecía el más deslumbrante de los días. En ese momento, supo que no debía voltear; por mucho que quisiera hacerlo para descubrir de dónde provenía semejante luz, Barkran se mantuvo de espaldas a ella, dejando que se formase un halo casi divino a su alrededor.
Finalmente el resplandor se detuvo, e inmediatamente después pudieron ver los primeros rayos de la luz del sol. El amanecer había llegado.
Barkran no era capaz de blandir magia de luz; sus poderes de etereante estaban ligados al elemento aire. Ninguno allí presente podía decir que él había convocado semejante resplandor para protegerse.
Era, en efecto, una señal divina, y Barkran podía sentirlo en lo más profundo de su ser. La luz había hablado sin palabras, una bendición por acabar con Innul, aquel que quería mantenerlos en las sombras.
—Es… es una señal— dijo uno de los invocadores, cayendo atónito de rodillas.
—¡Barkran es la luz antes del amanecer!
—¡La luz antes del amanecer!— hicieron eco los demás.
Era su momento. Había deseado tanto ese momento, y finalmente la magia se lo había concedido. El legendario etéreo de la luz, el mismísimo Anda se había manifestado ante ellos para dar su aprobación y bendición.
—Mis hermanos, ha llegado la hora. Debemos prepararnos, pues un nuevo poder caerá sobre todos los reinos de Kharia. Un poder blandido por un tribunal implacable e inexorable. Un tribunal que reordenará las jerarquías del orden natural del universo. Nuestro tribunal, mis hermanos, al cual todos verán llegar y aclamarán. Todos se inclinarán ante el Tribunal de los Jerarcas.
—¡El Tribunal de los Jerarcas!— hicieron eco sus nuevos seguidores.
—Desde ahora yo seré el Jerarca Máximo, y ustedes, todos y cada uno de ustedes, serán mis Jerarcas. No nos esconderemos más, no sufriremos más ante aquellos que buscan esclavizar a la magia. ¿Quiénes se arrodillarán ante mí para conmemorar el inicio de nuestro nuevo deber sagrado?
Para desagrado de Barkran, no todos respondieron a su llamado. Hubo algunos que compartieron miradas nerviosas y vacilantes.
Barkran caminó entre aquellos que habían hincado la rodilla, tocando sus hombros para instarlos a ponerse de pie.
—Tú serás el Jerarca de Fuego. Tú, la Jerarca de Luz. Y tú, el Jerarca Arcano.
Uno a uno, fue asignando roles a aquellos que estaban dispuestos a seguirlo. Había diseñado a los Jerarcas hacía años, y por fin tenía la oportunidad de dar forma a sus sueños. Anda le había concedido este regalo, y no iba a desperdiciarlo.
—Mis hermanos, mis hermanas, avancemos ahora hacia nuestro primer objetivo. Debemos crear una sede santa y poderosa, nuestro principal asiento de poder, desde donde desafiar a Actubrion y desde donde negociar con Jarferun.
—¿Y qué hacemos con los que no se arrodillaron?— preguntó uno de los Jerarcas.
—Tenemos que ser comprensivos. No quiero que se diga que el Tribunal no es justo y misericordioso— explicó Barkran, aferrando por el hombro con gentileza y firmeza a uno de los que habían titubeado —. Pero tampoco quiero débiles entre nosotros ni quiero que nadie alerte a Actubrion acerca de nuestros planes. Mátenlos a todos.
Acto seguido, las ruinas de la torre en donde se habían reunido estallaron en un enfrentamiento mágico que duró pocos segundos.
Barkran había estado en lo cierto una vez más: aquellos que habían dudado no estaban a la altura del poder de los Jerarcas.
Antes de partir, dio un último vistazo a los techos de Actubrion, iluminados por los primeros rayos del amanecer.
Sonrió con convicción. No faltaba demasiado para que también la ciudad comprendiera que no estaba a la altura de los Jerarcas.