El lunes 10 de Diciembre de 2131 se celebró en la joven ciudad de Odinsburg, capital de Canadá del Este, una convención diplomática que cambiaría el curso de la historia.
Mientras que algunos la bautizaron como la Convención de Odinsburg o “The East Canada Encounter” (el encuentro de Canadá del Este), el nombre oficial y el que pasó a la posteridad fue “El Bloqueo del Siglo XXII”. Esto se debe a que la Convención de Odinsburg fue sólo la primera de tantos encuentros celebrados en distintos focos del planeta, todos con un sólo objetivo: poner un freno al desenfrenado avance tecnológico propulsado tras la Singularidad del Siglo XXI.
Ah, qué siglo maravilloso el XXI. Desde el advenimiento de la era digital, la explosión de las inteligencias artificiales, y los milagrosos desarrollos en robótica, el ser humano había traspasado sus barreras naturales. Había ido más allá, y había alcanzado un status superior a una deidad. ¿Por qué? Porque los dioses sólo existen en el plano ideal, mientras que el humano es real. Terrenal. Y lo que hace, nos afecta directamente.
Con la Congregación de Baghdad, el 28 de Febrero de 2132, la última de esa seguidilla de conferencias, se había firmado definitivamente el Bloqueo. La cantidad de corporaciones que se vieron obligadas a ir en quiebra fue descomunal.
Hubo resistencia, pero al cabo de pocos años, el Bloqueo se había oficializado y el ser humano había optado por conformarse con un Status Quo tecnológico que le permitiera vivir en armonía.
No había invento ni investigación que no pasara por un “Comité de Desarrollo Responsable”, o como sus detractores lo llamaban, “Comité Bloqueador”.
Literalmente eran comités dedicados a la ignorancia y la pasividad de la humanidad. Hoy, esa ignorancia adrede llegaría a su fin.
—¿Tenemos todo listo?— preguntó la joven, sentada en el asiento de acompañante con el pelo suelto al viento y el rostro pintado de negro para evitar que el sol del desierto lastimase su piel.
—Sí, pronto llegaremos a destino— respondió el conductor, igualmente pintado y ataviado, mientras su vehículo y los dos que le acompañaban levantaban una densa estela de polvo y arena.
Estaban en medio del desierto del Sahara, y llevaban días manejando en las condiciones más adversas. Por suerte, estaban preparados con suficientes suministros como para sobrevivir un mes en ese lugar infernal.
Estaban a la búsqueda del legendario Fort Pandora, una colosal cámara acorazada perdida en el desierto, en donde se rumoreaba se había almacenado toda la tecnología previa al Bloqueo. Los mitos en torno a Fort Pandora eran innumerables.
Algunos decían que el fuerte era tan sólo uno de tantos otros, y que había otros en lugares tan remotos como Siberia, la Antártida, e incluso las profundidades del mar. Sin embargo, todos coincidían en que Fort Pandora estaba en el Sahara, y era imposible de encontrar.
Los geeks le llamaban con humor Área 53, como la famosa Área 51. No le decían Área 52 porque así se llamaba una ciudad pequeña en el clásico videojuego retro, World of Warcraft.
Había rumores de que en realidad no era un fuerte o una bóveda cerrada, sino una ciudadela tecnológica donde los ricos y poderosos habían hecho su paraíso. Otros decían que tanto Pandora como los otros escondites eran el hogar de civilizaciones enteras de robots, androides y seres digitales de inteligencia artificial.
Que nadie había encontrado sus coordenadas porque la zona era un terreno plagado de torretas automatizadas que disparaban sin piedad a quien sea que se acercara.
Que el aire a su alrededor estaba envenenado.
Que las IA y sus benefactores estaban preparando una guerra en la que tomarían el control de la Tierra.
No importaba cuántas historias y rumores existieran, su misión era irrumpir en Fort Pandora y recuperar los avances tecnológicos de la humanidad.
Las maravillas que había allí dentro parecían sacadas de cuentos mitológicos. La historia hablaba de dispositivos que permitían controlar toda la electrónica de una casa sólo con ondas cerebrales. Cámaras de simulaciones donde los usuarios podían solicitar cualquier tipo de fantasía. Medicinas y vacunas capaces de eliminar por completo el cáncer, los síndromes autoinmunes y todo tipo de alergias. Sistemas de cultivos autosustentables, e ingeniería robótica capaz de construir ciudades enteras bajo el mar sin temer a la presión del agua. Máquinas de verdadero terraforming con la capacidad de crear atmósferas habitables desde cero, y naves espaciales con motores suficientemente poderosos como para llegar a la Luna en minutos.
Luego estaban los inventos más fantasiosos que probablemente eran fruto de la imaginación. Sistemas de teletransportación, máquinas del tiempo, vehículos para viajar a otras dimensiones y de más. No creía que todo eso fuera real, aunque, ¿quién sabe? Tal vez lo fueran.
También había otros secretos escondidos. Armas letales y robots asesinos. Vehículos de batalla preparados para diezmar ciudades enteras. Hongos, viruses y bacterias con la capacidad de convertir en realidad las pesadillas más terroríficas de la humanidad. Inteligencias artificiales sintientes, con objetivos siniestros de dominación mundial.
Pero incluso eso era mejor que esconder a propósito tecnología que podía solucionar cientos de crisis mundiales en un abrir y cerrar de ojos.
—¿No deberíamos estar llegando ya?
—Sí… según la triangulación de coordenadas, ya tendríamos que estar en zona, Tania. Be patient.
—¿Paciencia? ¿Me pides paciencia? Hace años que tu papá se pudre en un hospital y ahora hay que tener paciencia. Mi hermana está a semanas de morir… y eso sin contar todos los otros casos de mierda.
—¿Crees que yo no quiero encontrar Pandora? Pero quejarse no va a lograr nada, fíjate de corregir las coordenadas.
—Tania —se escuchó por el comunicador—, Ren dice que detectó algo al oeste. Tenemos que cambiar el rumbo.
—Ya oíste, Jim, al oeste.
—West it is then.
Cambiaron de curso y fue cuando las máquinas de Tania también lo vieron. Estaba un poco más al oeste de donde habían calculado la primera vez, pero al fin parecía que tenían una pista segura.
La cantidad de información que habían reunido, la cantidad de imágenes satelitales piratas que habían comprado, los drones que habían perdido, todo el esfuerzo los había llevado hasta ese momento.
—¿Qué es?— preguntó Jim —. ¿Qué es lo que detectaron?
—No tengo idea, pero es el primer indicio de algo en kilómetros a la redonda.
—¿Podrá ser Fort Pandora?
—Tiene que ser…— durante toda su vida, Tania se había negado a creer que Pandora fuese sólo un mito. Tenía que ser real. Tenía que serlo.
El viento allí había comenzado a soplar con más fuerza, y la arena impedía que vieran a la lejanía. Pronto, la tormenta fue tan feroz que ni siquiera veían a los otros vehículos.
—¿De dónde carajo salió esa tormenta?— gritó Tania para hacerse oír por sobre el rugido del viento.
—No lo sé… parece haberse formado de la nada— dijo Ren por el comunicador.
—Los radares térmicos tampoco la detectaron— agregó Daya desde el otro vehículo.
—¡Debe ser que estamos en el lugar correcto!— festejó Tania.
Pero nadie festejó con ella, pues un terrible estruendo resonó en uno de sus flancos, acompañado de una explosión violenta que pudo verse incluso a través de la densa cortina de arena.
—¡¿Qué fue eso?!— saltó Jim.
—¡No sé! Daya, Ren, contesten. ¿Daya? ¿Ren?— gritaba Tania.
—Aquí estamos bien, pero perdimos contacto con Daya y Mikko— respondió Ren —. No podemos ver nada y…
No completó la frase. En cambio, otra explosión hizo temblar todo a su alrededor.
—¿Ren? ¡Ren!
—Tania tenemos que regresar. Tenemos que salir de aquí.
—Olvídalo, llegamos hasta aquí. No podemos rendirnos ahora.
—Nos están matando como moscas, Tania, ¡yo vuelvo!
—¡Ni se te ocurra!
Jim atinó a volantear para girar, pero Tania le sostuvo el volante. Forcejearon un poco, lo suficiente como para que lo que sea que iba hacia ellos impactara a un costado del vehículo. La explosión los hizo volar por el aire y dar decenas de vuelcos.
Durante unos momentos, el silencio a su alrededor era interrumpido solamente por el rugido de la tormenta de arena.
—Jim… Jim…— balbuceó Tania, pero su amigo no le respondía.
Aturdida y con la vista borrosa, corroboró que Jim tenía el cuello roto y varias fracturas más. No hubiera podido decir qué heridas había sufrido ella. No sentía dolor, pero tampoco sentía partes de su cuerpo.
Salió a rastras del vehículo, más por instinto que por un acto reflexivo de su parte. Levantó la vista y, justo en el momento en que escuchó un zumbido sobre su cabeza, hubiera jurado que a lo lejos vio un cubo negro aflorando entre las arenas del desierto.
Por un instante, justo antes de la explosión que tomó su vida, sintió un pico de adrenalina y felicidad; puede que Fort Pandora sea o no real, pero en su mente, Tania murió con la satisfacción de creer que tenía razón.