—¡Hermanos! ¡Hermanas! ¡No os dejéis engañar! ¡El fin NO está cerca!
—¿Y ése?
—Uf… no lo escuches, es uno de esos eliseístas… están todos locos de remate.
Tal vez fuese cierto, pero decidió hacer oídos sordos de los pobres infelices que elegían no creer.
¡Allá ellos! Él sería salvado, y la humanidad se salvaría junto con él. Los que perecieran, no eran parte de la humanidad, así de sencillo.
—Como yo, ustedes también pueden aceptar la verdad en sus corazones. La tecnología que los rodea es sólo una distracción, un juego temporal insostenible en el tiempo. El Siglo XXII fue un siglo de sabiduría y de contemplación, el primer paso hacia un ser humano natural y puro, sin máquinas, sin polución, sin contaminación.
Era cierto. Por todo lo que era sagrado, no había nada más cierto que eso. En el Siglo XXII se había dictaminado el famoso “Bloqueo”, el cual había puesto freno al desenfrenado avance tecnológico que la humanidad había llevado a cabo durante el Siglo XXI. La singularidad había arrasado con el planeta, y las naciones habían logrado reaccionar a tiempo para regular el progreso por el progreso.
Ni la mejor de las intenciones había logrado poner en buen uso a la inteligencia artificial. Ejércitos de androides habían sido desplegados para incinerar regiones enteras. Internet se volvió un campo minado. La privacidad dejó de existir, pasando a ser un privilegio sólo para los poderosos.
Cuando por fin las personas entraron en razón, el daño ya estaba hecho. Pero aún había tiempo de sanar, aún había oportunidad de reparar los errores del pasado.
—Sé lo que piensan de mí— insistió, gritando con más fuerza —. Cuando el eliseísmo llegó a mí, yo era un hombre infeliz, no podía despegarme de mi simulacri, me pasaba horas viendo holo-pantallas y no podía aguantar un sólo día sin inyectarme una vil neuroshot. Escapaba de mi martirio con juegos de realidad virtual y juegos holográficos, hasta llegué a caer en drogas horribles que consumían mi cuerpo por dentro. Cuando comprendí, gracias a mis hermanos eliseístas, que no necesitamos de la tecnología, sino que la tecnología necesita de nosotros, mi vida dio un giro completo. Cuando comprendí que lo que necesitamos como humanos es la prototopía pura, fui finalmente un hombre pleno.
—¡Buuuh! ¡Call of Honor 17 es el mejor juego que ha salido en la última década!— lo abucheó un adolescente.
—Sí, vístete y vete de aquí— le gritó otro.
La gente lo miraba a causa de su peculiar vestimenta, una toga cosida a mano, con telas de origen animal y vegetal. No tenía un sólo cable conectado a su oído, no tenía lentes de realidad aumentada, no tenía nada que sugiriera la presencia de un simulacri. Nada. Sólo lo que la naturaleza podía proveerle y sus manos podían crear.
El eliseísmo era considerado una secta anti-religión y anti-tecnología, una burla de la sociedad, pero habían sido sus principales representantes quienes habían contribuído al sagrado Bloqueo del Siglo XXII.
—Se burlan, ciegos y cegados, porque no quieren ni pueden ver más allá del velo que la tecnología ha tendido frente a ustedes. Pero la prototopía promete mucho más, mucha más riqueza, mucho más progreso, mucha más abundancia que cualquier aparato que lleven en sus manos o cualquier religión que lleven en sus almas.
—La proto… ¿qué?— preguntó tímidamente una joven a sus espaldas. Pudo reconocer en sus ojos la misma tristeza y devastación que había sentido él mismo tiempo atrás.
—La prototopía, mi hermana. ¡El verdadero paraíso! ¿Podrías imaginar un lugar utópico? ¿Cómo sería? Verde, con aire puro, sin ruidos, sin contaminación, sin el constante estrés de tener que cumplir con un horario. ¡Por todo lo que es sagrado, sin tiempo! El tiempo es la mentira más grande del progreso. Si pudieras vivir tu vida sin depender del tiempo, que tus únicas preocupaciones estén alineadas con las necesidades básicas de subsistencia, protección y afecto, comer, crecer y reproducirse, ¿no lo harías?
Ella no respondió, pero pudo ver un brillo asomarse en su mirada. El brillo de la esperanza.
—¿Sabes cuándo existió una utopía así? ¡Siglos y siglos atrás! Al principio de todo, cuando “la tecnología” sólo servía para responder a las necesidades básicas, cuando los protohumanos salieron a descubrir el mundo a su alrededor. Pero nosotros contamos con la ventaja de milenios de conocimiento, una sabiduría acumulada con los años que nos permite ver incontables caminos para lograr la prototopía, una sociedad viviendo en comunión con la naturaleza.
—¡Cállate hippie!— lo insultaron esta vez, al tiempo que le arrojaban un vaso de algún refresco pegajoso y asqueroso.
—¿Lo ven?— respondió él, sin inmutarse—. ¿Piensan que esta violencia, esta furia, existiría en un lugar donde coexistamos el uno con el otro? ¿Piensan que esto— hizo un gesto con sus brazos, buscando abarcar todo el concreto y los rascacielos a su alrededor —es nuestro hábitat natural? ¡No, mis hermanos y hermanas! ¡Esto es una prisión!
—Suficiente griterío por hoy, este hombre no nos representa— dijeron dos nuevos espectadores, que llevaban en sus vestimentas la insignia del eliseísmo.
La élite. Aquellos que usaban el sistema de creencias más puro de la humanidad en beneficio propio. Ya les llegaría el momento de pagar, cuando supieran que sus vidas estaban vacías.
—El eiseísmo no apoya esta locura de la prototopía— afirmó en voz alta uno de ellos —. Pueden seguir con sus vidas sin prestar atención a este loco.
La gente se disipó y los adolescentes lo empujaron cuando pasaron junto a él. Pero, como una bendición, una gentil mano lo ayudó a ponerse de pie.
—Yo quiero— dijo la muchacha —. Yo quiero construir esa utopía. La… la prototopía.